Leyendo Los hijos del limo de Octavio Paz. Estudiando. Es tarde, mañana -hoydía- debo levantarme a las siete. Ya son las dos y media. No quiero seguir leyendo, no quiero seguir estudiando. Tengo ganas de congelar. Por fin lo asumo: realmente tengo ganas de congelar.
Boto la fotocopia al un lado de la cama, voy a la repisa y saco ese cigarro que compré en el verano, durante aquella improductiva cita. Es un cigarro especial, te lo venden como "puro". Pero no es un puro, es un sucedáneo de puro, es demasiado malo para ser un puro.
La última vez que trabaje, la última noche, como mesero fue en un evento especial. Era el cumpleaños de uno de los amigos de dos de los tres jefes, de esa parejita de hijos de puta. El tipo estaba forrado en plata. Era un gordo formidable que ya había ido dos o tres veces al restorant y se hacía atender bien. Gastaba como si no hubiera limite, se reía alto, se sentaba a sus anchas, siempre comía acompañado de uno de los jefes o con la parejita, de vez en cuando se pasaba una de sus manotas por las canas y entraba a la cocina como si fuera suya. Odiaba eso: él no era un cliente más. La parejita me lo dejó bien claro la primera vez que fue, me dijeron que lo atendiera bien, que fuera amable, que fuera rápido, solicito. Hijos de puta: si querían que lo atendieran bien deberían haber mandado a la Cote a atenderlo, ella tenía experiencia, ¿yo? yo era el nuevo. Pero ellos sabían, sabían como todos en el restorant que yo atendía mejor que la cote y por eso me tocaba a mí. La noche de su cumpleaños cerramos el servicio al público, ya que la atención fue sólo para él y sus invitados. Desde la primera vez que lo vi metido en la cocina pellizcando el queso, abriendo la heladera, atiborrándose de pan, creí que él le había prestado plata a la parejita para poner su parte de la inversión en el local. La noche de su cumpleaños el tipo llego una hora antes que sus invitados, traía a su señora, su hijo de pocos meses y la torta de panqueques que él mismo guardo en la cocina. lo ayudamos a descargar del auto las botellas de vino, pisco, whisky y ron que trajo. En cada ida la cocina que hizo aprovecho de sacar pan. Y al pan le ponía alguna salsa o algún trozo de queso, o lo remojaba en el caldo de la carne, todo sin pedir permiso, simplemente abría las heladeras y sacaba: como si fuera suyo. El tercer jefe no estaba esa noche, fuera de que a esas alturas ya estaba cabreado de la parejita el tipo ese, en particular, creo que le caía mal. Después fueron llegando los invitados, a todos, pero a todos, casi se les podía oler la plata. Eran otro tipo de gente. no los aguantaba, tanto así que a escondidas me serví una piscola. Tenía miedo de enrrostrarles su cinismo. Aun así traté de de hacer el servicio impecablemente.., a pesar de que la disposición de las mesas que eligió la jefa era una mierda. Nunca entendí que ella fuera de una familia de plata y tuviese tan mal gusto. Cuando yo atendía una mesa y sacaba risas ella me llamaba aparte y me preguntaba qué había pasado, como si estuviera mal. Ellos querían dar la imagen de un restorant juvenil, alegre, pero que uno hiciera reír a los clientes, o los clientes a uno, estaba mal. Con la Cote le sugerimos una disposición de mesas inteligente esa noche: una sola hilera, donde el festejado quedaba al medio y la comunicación era fluida. Para uno como mesero esa era la disposición de mesas más efectiva ya que no estorbaban unos con otros, pero la jefa dijo que no, que eso era feo, que había que hacer una "u" con las mesas. La estúpida no pensó que en las esquinas resultaba incomodo para los invitados, que eso cortaba la fluidez de la conversación de un lado a otro, que a uno como mesero le era más complicado tener que atender de esa forma; pero ella jefa y no quiso escuchar razones y hubo que hacerlo. Unas de las invitadas era una mujer preciosa: pelirroja, más de cuarenta años de edad, esbelta, rizos muy bien definidos, curvilínea... se conservaba muy bien. un prototipo de mujer madura, así fue como la definimos con los cocineros. Ambos tenían un par de años más que yo, peor como todo joven los tres teníamos la ambición de echarnos al pecho una mujer madura. Una mujer de verdad. La miramos toda la noche. Para mi fue un gusto atenderla, felizmente le hubiera hecho otro tipo de atención.después de cantar el cumpleaños feliz, momento en que todos en el restorant salimos a cantar, el festejado abrió una cajita de madera y ofreció puros. Sólo dos o tres hombres aceptaron.por lo que pude escuchar no eran puros cualquieras: eran verdaderos habanos. Nunca antes había visto. Cuando los encendieron el olor lleno rápidamente el restorant: olía a cielo, olía mejor que cualquier cigarro que hubiese visto, tocado u olido, en mi vida. Daba gusto respirar ese aire respirado. Ni que decir que no los probé.
Durante aquella cita, con arte de mi sueldo en el bolsillo, compré en una tabaquería del centro, un "puro" de los más baratos. Tenía el porte de un cigarro, pero era -innegablemente- un puro: olía mejor que un cigarro. No lo fume ese día porque lo quería guardar para una ocasión especial y porque ella no fumaba. Los puros del grosor de los que fumó aquel hombre valían desde los cinco hasta los veinte mil pesos. Podía haber comprado uno, tenía en ese momento el dinero para hacerlo, pero no veía en mi futuro una ocasión tan especial como para fumarlo, así que me compré uno de los más baratos. Para saber, más o menos, que era un puro. Compré un sucedáneo.
La primera vez que lo fumé fue una vez que fui a visitar a la Nico, el último día de sus vacaciones de verano. La fui a dejar al terminal de buses de pajaritos, y mientras esperábamos su bus a Valparaíso lo prendimos. A ella no le gustó. A mi, aunque el olor me parecía extraño, me gusto bastante. Luego ella no quiso seguir fumando y anunciaron la llegada de su bus, así que lo apagué cuando iba por la mitad. La mitad sobrante la guardé en la cajetilla de cigarros corrientes que andaba trayendo, gesto que me valió una mirada reprobatoria de la Nico.
Y desde ahí lo tuve guardado hasta esta noche, que no es ninguna noche especial pero se me antoja idónea para darle muerte. Esta noche llueve, eso es lo que me hace querer fumarlo hoy. Así que me siento en mi cama, abro la ventana y lo fumo lentamente, saboreando. Aparte del hecho de que me gusta estar fumando así, en la ventana, debo hacerlo: si mis padres se enterarán de que estoy fumando en mi pieza me llevaría un buen reto. No porque no sepan que fumo, sino porque todo el segundo piso es de madera, por lo que se puede incendiar rápidamente en caso de descuido con el cigarrito. Tanto así que cuando carreteamos en mi casa salimos al antejardín a fumar.
Con mi grupo de la u siempre nos reímos al recordar un capítulo de Friends en que Chandler, angustiado por fumar, en la oficina, fuma y para hacerlo se encierra en su cubículo, saca el cigarro que tiene prendido del cajón del escritorio, le pega una aspirada, lo guarda, bota el aire, dispersa el aire con un ventilador de mano y echa desodorante ambiental, luego repite. Un total vicioso angustiado. Y esta noche estoy una situación similar a la de él.
Estoy escuchando la radio Zero y ponen Are you gonna be my gril de Jet. Me gusta, pero de alguna forma me hace recordar que hoy en la tele pusieron La danza de las libélulas de Manuel García, así que cuando termina la canción apago la radio y pongo en el altavoz de mi celular una canción de él. Se está bien así: me gusta el sabor del cigarro, la música que estoy escuchando, el ritmo con que cae la lluvia, el viento que entra en mi pieza, como se dispersa el humo del cigarro.
Y entonces me acuerdo de ella. La última vez que nos besamos le dije "te ves sexy así", "¿así cómo?" preguntó ella, a lo que respondí "así: fumando" y entonces ella fumo para mí.
Este cigarro no tiene filtro y no cabe en un matacola, así que cuando me empieza a quemar los dedos le doy una profunda aspirada y arrojo el resto sobre el techo del primer piso para que la lluvia lo apague. Luego abro y cierro repetidas veces la ventana para que se salga el humo de mí pieza. Estoy todo un Chandler.
El reproductor está en aleatorio, la siguiente canción que reproduce es 11 y 6 de Fito Páez. Me trae un montón de recuerdos de los dos viajes a Argentina que hice. Cuando estaba por terminar cuarto medio lo único que quería era irme a estudiar allá, pero mis padres no me dejaron, me hicieron estudiar en Chile. Creo que ese fue el motivo principal por el que, una semana antes de entrar a la u, me fui una semana de mí casa sin avisar. Me he dado cuenta de que si volví a mi casa fue por mí hermana chica, porque -después de que mis padres me escribieron un e-mail para decirme que volviera y que la Esperanza preguntaba por mi- la única llamada que hice fue para hablar con ella. Y ella intuyó, a sus cinco años, que yo no pensaba volver a mí casa y por eso después de saludarnos se puso a llorar. Escucharla llorar así, por teléfono, me quebró y me hizo llorar. La impotencia de no poder consolarla me hizo volver. Me pregunto si Daniel hubiese llamado después de irse hubiese vuelto. Él nunca llamo, fueron mis tíos los que nos explicaron su paradero. Todavía no tengo una conversación de hombre a hombre con él para saber porqué se fue. Todavía tengo solo suposiciones.
Empieza a sonar Green eyes. Ahí recuerdo a Sofía y sus preciosos ojos verdes. Hace meses que esa historia acabó pero aun no le he peguntado porqué me pidió que dejáramos de vernos, hace meses que ya no sufro por ella pero aun no le he preguntado el porqué de su desición. Nunca lo hablamos, nunca más hablamos. Pero nos seguimos teniendo en facebook. No me he atrevido a borrarla. Quizás todavía espero que vuelva y le de sentido a mí vida, quizás. Pero sé que ella no va a hacer eso. Comienza a sonar Crímenes perfectos en la versión de Fito. Sé que ella no va a volver y que la sigo teniendo en fb para decirle que almorcemos un día, y entonces preguntarle. La última vez salimos fue la primera vez que la vi con falda, era una falda rosada que le llegaba casi a las rodillas. Ese día se veía más linda que cualquier otro.
Empieza a sonar Lost de Coldplay y yo comienzo a liar un cigarrillo. Nunca he comprado tabaco, pero tengo ganas de fumar así que desarmo uno de los dos cigarrillos que me regalaron, en diferentes ocasiones, y con eso eso lió torpemente uno. Ocupo la mitad del tabaco y alquitrán que trae el cigarro y obtengo algo que parece un tubo. lo prendo, aspiro, se apaga, repito. Repito varias veces pero en definitiva no prende y se consume antes de poder fumar tranquilo. Cierro la ventana. Comienza Adiós de De saloon, yo me acomodo en el respaldo de la cama, pre-doblo muy muy bien el papelillo y dispongo equitativamente el resto de tabaco, alquitrán y arsénico -¡pobre Emma Bovary!- que queda. Esta vez si me queda bonito. Enciende a la primera y no se paga. Fumo tranquilo. Una parte de mi maldice a la otra por no haber comprado tabaco y liadora con el sueldo del verano, pero la otra parte de mi contesta que hubo otros gastos más importantes. Uno de esos gastos fue El lunático y Prometeo de Paul Kropp. Esa segunda parte me gusto más que El lunático y su hermana Libertad, y así se lo hice entender a mí hermana mayor, pero ella no ha querido leerlo porque dice que la primera parte ya es buena por sí misma. Lo que me gusta del primer libro es el concepto central que lo cruza: uno no puede cortar y salir corriendo, uno no puede escapar cuando está rodeado de problemas porque uno no puede pasar toda la vida arrancando. Simplemente no se puede. Lo que me gusta de la segunda parte es que el lunático aprende a buscar ayuda, me gusta eso de que entienda que ningún hombre es una isla. Ambas son lo que se llaman novelas de formación. Me gusta ese género.
Lío otro cigarrillo.
La primera vez que lo fumé fue una vez que fui a visitar a la Nico, el último día de sus vacaciones de verano. La fui a dejar al terminal de buses de pajaritos, y mientras esperábamos su bus a Valparaíso lo prendimos. A ella no le gustó. A mi, aunque el olor me parecía extraño, me gusto bastante. Luego ella no quiso seguir fumando y anunciaron la llegada de su bus, así que lo apagué cuando iba por la mitad. La mitad sobrante la guardé en la cajetilla de cigarros corrientes que andaba trayendo, gesto que me valió una mirada reprobatoria de la Nico.
Y desde ahí lo tuve guardado hasta esta noche, que no es ninguna noche especial pero se me antoja idónea para darle muerte. Esta noche llueve, eso es lo que me hace querer fumarlo hoy. Así que me siento en mi cama, abro la ventana y lo fumo lentamente, saboreando. Aparte del hecho de que me gusta estar fumando así, en la ventana, debo hacerlo: si mis padres se enterarán de que estoy fumando en mi pieza me llevaría un buen reto. No porque no sepan que fumo, sino porque todo el segundo piso es de madera, por lo que se puede incendiar rápidamente en caso de descuido con el cigarrito. Tanto así que cuando carreteamos en mi casa salimos al antejardín a fumar.
Con mi grupo de la u siempre nos reímos al recordar un capítulo de Friends en que Chandler, angustiado por fumar, en la oficina, fuma y para hacerlo se encierra en su cubículo, saca el cigarro que tiene prendido del cajón del escritorio, le pega una aspirada, lo guarda, bota el aire, dispersa el aire con un ventilador de mano y echa desodorante ambiental, luego repite. Un total vicioso angustiado. Y esta noche estoy una situación similar a la de él.
Estoy escuchando la radio Zero y ponen Are you gonna be my gril de Jet. Me gusta, pero de alguna forma me hace recordar que hoy en la tele pusieron La danza de las libélulas de Manuel García, así que cuando termina la canción apago la radio y pongo en el altavoz de mi celular una canción de él. Se está bien así: me gusta el sabor del cigarro, la música que estoy escuchando, el ritmo con que cae la lluvia, el viento que entra en mi pieza, como se dispersa el humo del cigarro.
Y entonces me acuerdo de ella. La última vez que nos besamos le dije "te ves sexy así", "¿así cómo?" preguntó ella, a lo que respondí "así: fumando" y entonces ella fumo para mí.
Este cigarro no tiene filtro y no cabe en un matacola, así que cuando me empieza a quemar los dedos le doy una profunda aspirada y arrojo el resto sobre el techo del primer piso para que la lluvia lo apague. Luego abro y cierro repetidas veces la ventana para que se salga el humo de mí pieza. Estoy todo un Chandler.
El reproductor está en aleatorio, la siguiente canción que reproduce es 11 y 6 de Fito Páez. Me trae un montón de recuerdos de los dos viajes a Argentina que hice. Cuando estaba por terminar cuarto medio lo único que quería era irme a estudiar allá, pero mis padres no me dejaron, me hicieron estudiar en Chile. Creo que ese fue el motivo principal por el que, una semana antes de entrar a la u, me fui una semana de mí casa sin avisar. Me he dado cuenta de que si volví a mi casa fue por mí hermana chica, porque -después de que mis padres me escribieron un e-mail para decirme que volviera y que la Esperanza preguntaba por mi- la única llamada que hice fue para hablar con ella. Y ella intuyó, a sus cinco años, que yo no pensaba volver a mí casa y por eso después de saludarnos se puso a llorar. Escucharla llorar así, por teléfono, me quebró y me hizo llorar. La impotencia de no poder consolarla me hizo volver. Me pregunto si Daniel hubiese llamado después de irse hubiese vuelto. Él nunca llamo, fueron mis tíos los que nos explicaron su paradero. Todavía no tengo una conversación de hombre a hombre con él para saber porqué se fue. Todavía tengo solo suposiciones.
Empieza a sonar Green eyes. Ahí recuerdo a Sofía y sus preciosos ojos verdes. Hace meses que esa historia acabó pero aun no le he peguntado porqué me pidió que dejáramos de vernos, hace meses que ya no sufro por ella pero aun no le he preguntado el porqué de su desición. Nunca lo hablamos, nunca más hablamos. Pero nos seguimos teniendo en facebook. No me he atrevido a borrarla. Quizás todavía espero que vuelva y le de sentido a mí vida, quizás. Pero sé que ella no va a hacer eso. Comienza a sonar Crímenes perfectos en la versión de Fito. Sé que ella no va a volver y que la sigo teniendo en fb para decirle que almorcemos un día, y entonces preguntarle. La última vez salimos fue la primera vez que la vi con falda, era una falda rosada que le llegaba casi a las rodillas. Ese día se veía más linda que cualquier otro.
Empieza a sonar Lost de Coldplay y yo comienzo a liar un cigarrillo. Nunca he comprado tabaco, pero tengo ganas de fumar así que desarmo uno de los dos cigarrillos que me regalaron, en diferentes ocasiones, y con eso eso lió torpemente uno. Ocupo la mitad del tabaco y alquitrán que trae el cigarro y obtengo algo que parece un tubo. lo prendo, aspiro, se apaga, repito. Repito varias veces pero en definitiva no prende y se consume antes de poder fumar tranquilo. Cierro la ventana. Comienza Adiós de De saloon, yo me acomodo en el respaldo de la cama, pre-doblo muy muy bien el papelillo y dispongo equitativamente el resto de tabaco, alquitrán y arsénico -¡pobre Emma Bovary!- que queda. Esta vez si me queda bonito. Enciende a la primera y no se paga. Fumo tranquilo. Una parte de mi maldice a la otra por no haber comprado tabaco y liadora con el sueldo del verano, pero la otra parte de mi contesta que hubo otros gastos más importantes. Uno de esos gastos fue El lunático y Prometeo de Paul Kropp. Esa segunda parte me gusto más que El lunático y su hermana Libertad, y así se lo hice entender a mí hermana mayor, pero ella no ha querido leerlo porque dice que la primera parte ya es buena por sí misma. Lo que me gusta del primer libro es el concepto central que lo cruza: uno no puede cortar y salir corriendo, uno no puede escapar cuando está rodeado de problemas porque uno no puede pasar toda la vida arrancando. Simplemente no se puede. Lo que me gusta de la segunda parte es que el lunático aprende a buscar ayuda, me gusta eso de que entienda que ningún hombre es una isla. Ambas son lo que se llaman novelas de formación. Me gusta ese género.
Lío otro cigarrillo.
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