Párense en una fila, por orden digan su nombre y muéstrenle respeto al señor Winterfel. – dijo Bróttur, el enano. Armado de un hacha de guerra, el robusto capataz del anticuario miraba desafiantemente a los tres esclavos recién comprados en el Mercado de la Carne, en el corazón de la ciudad de Turinfel. Recién marcados con fierros al rojo vivo en el rostro para señalar su condición de esclavos.
El primero en hablar fue el joven elfo.
-Mi nombre es Hitlerii. –dijo. Original de las tierras élficas de Inllurvalz, Hitlerii se había alejado de la ciudadela de su raza para dedicarse a las actividades criminales de baja monta en las tierras de los humanos. Deseoso de usar la Cabeza mágica de Rafiki para hablar con su fallecido abuelo, Mutor el conquistador, escuchó que en la ciudad de Turinfel vendían Flautas de arañas, instrumento musical necesario para que la reliquia mágica sirva de médium. Una vez en la ciudad, mientras intentaba ingresar a una tienda de instrumentos que estaba cerrada, fue capturado por la guardia real y luego de un mes en los calabozos fue subastado a su nuevo amo. – Después de ver la golpiza que le propinaron al semiorco que está a mi lado, no tengo ganas de resistirme a la servidumbre. Señor Winterfel prometo servirle fielmente y no intentar escapar.
Bróttur asintió y dirigió su mirada al mencionado semiorco, Feostián.
-Feostián, hijo de Brulnujr, de la tribu Hazjol –dijo el semiorco, que tenía la cara hinchada por los golpes- prometo que mis colmillos servirán para que el señor Winterfel viva una larga vida y su prole se multiplique.
Expulsado de la tribu Hazjol después de perder el desafío que le hizo al líder Clexo, Feostián el semiorco estaba robando comida en un camino cuando fue sometido. La feroz resistencia que puso le hizo pensar nuevamente que Clexo había utilizado algún tipo de artefacto mágico para hacer trampa en el desafío. Este pensamiento fue su motivación principal para intentar escapar del Mercado de la carne, donde el mismísimo esclavo Bróttur ayudó a golpearlo para devolverlo a la fila de infortunados que esperaban su turno para ser rematados. Ahora, frente a su nuevo amo, un humillado Feostián, prometía fidelidad a pesar de desear hacer correr la sangre del enano capataz.
-Rámonn es el nombre de este nuevo servidor de nuestro señor Winterfel. –declaró el gnomo. Huyendo de un matrimonio pactado para hacer crecer la fortuna de su clan, Rámonn llegó al bosque de Andalaar. Su plan era atravesar el bosque en dirección a la ciudad de Raplitklivelj, pero en el camino conoció al druida Da Melosu, quien lo instruyó en las prácticas arcanas. Durante la noche de su iniciación en las artes druídicas, sus dotes espirituales fueron despertadas por la infusión de setas alucinógenas preparada por su maestro. Sin embargo, el trance lo llevó a deambular por el bosque hasta caer exhausto. Estando dormido Ramónn fue apresado por un grupo de cazadores de esclavos que cruzaban el bosque hacia la ciudad de Turinfel, donde fue comprado a un precio inferior al de sus compañeros por su baja estatura y menuda complexión.
-Bien. Bróttur, asegúrate de que coman y llévalos a trabajar a la bodega –fue todo lo que dijo Winterfel frente a sus esclavos. El collar que colgaba de su cuello contenía una amatista, pero el único en notar eso fue Rámonn, que tenía conocimientos de tasación debido a los negocios de su clan.
Comieron un trozo de pan y una jarra de agua amarillenta. Trabajaron haciendo inventario en la bodega de la tienda de Winterfel. Armaduras, partes de cuerpos de monstruos, pociones, armas, incluso partes de cuerpos de humanos. En Turinfel, ciudad controlada por la raza de los breves, estaba tajantemente prohibido traficar partes del cuerpo humano. Sin embargo, brujos y alquimistas de distintas razas requerían piezas o cuerpos enteros para sus experimentos. Y, por qué no decirlo, si alguien necesitaba un humano vivo de vez en cuando, Winterfel podía abastecerlo.
Años atrás, cuando la soberanía humana sobre Turinfel fue establecida, el negocio de la guerra menguó. Sin embargo, fue el redoble del negocio de las intrigas. Los venenos más rápidos y difíciles de rastrear se volvieron tan apetecidos que los precios se dispararon. Winterfel vio su oportunidad de invertir y el negocio prosperó. No podía jactarse en público, pero en privado admitía que tres duques habían sangrado hasta morir por venenos fabricados con materiales que él había vendido.
Uno de sus clientes más asiduos era Dedzon. El seboso hechicero trabajaba para Sir Piente, al que le había "despejado" el camino en secreto en más de una ocasión. Era en un encargo para el hechicero Dedzon que los tres esclavos anteriores habían muerto. Sin entrar en las razones de su requerimiento, encargó a Winterfel el cadáver de una araña cuyas patas midieran por lo menos 5 pies. Para el anticuario y traficante, un arácnido de esas proporciones era muy útil en la fabricación de venenos que licuaban el interior del cuerpo de las víctimas. Pero había escuchado un extraño rumor sobre una criatura que habitaba en la guarida de Dedzon. Sin importar cual fuera el motivo, accedió al trato y envió a sus esclavos hacia el peligroso bosque de Andalaar.
Allí, esos tres esclavos encontraron la muerte. El primero fue mordido en la cabeza y no tuvo tiempo de gritar. El segundo caminó sin darse cuenta hacia una telaraña, sus gritos asustaron a su compañero, quien salió corriendo, internándose cada vez más en el nido de las arañas, acercándose con cada paso a la gran tejedora, madre de las arañas del bosque de Andalaar. El segundo esclavo fue envuelto en un capullo de seda por las hiladoras, transportado hacia lo alto de los árboles, y dejado a merced del veneno. Murió después de cinco días de agónico envenenamiento, cuando sus pulmones se disolvieron en los jugos ácidos de su interior, y la sustancia agria que era ahora su cuerpo ingresó en sus vías respiratorias. Sorber los jugos del interior de un cuerpo era un deleite para todas las arañas, pero las recién nacidas también necesitaban alimentarse. Por eso el tercer esclavo no encontró tejedoras que obstaculizaran su camino hacia el corazón del nido. Nunca llegó a ver a la gran ponedora, a la primera puntada. Tras ser capturado su cabeza fue inmovilizada con la pegajosa red, y luego Erzg Ocho Tormentos, la gran tejedora, la primera puntada, la madre de arañas; introdujo sus huevos al interior del esclavo. Inmovilizado, moriría el día en que los huevos eclosionarán y las recién nacidas tuvieran su primera comida. Bróttur, con vergüenza, tuvo que huir. Una multitud de silenciosas arañas lo siguieron hacia los bordes del bosque. Corrió todo lo que sus cortas piernas de enano le permitían. Las tejedoras se acercaban cada vez más, pero fueron distraídas por un viajero que había perdido su camino. Un grueso cinturón de color amarillo a mal sujetar lo entorpeció al levantarse del lugar en que descansaba, y aunque el capataz en su carrera alcanzó a gritarle que corriera, el viajero tenía a las cazadoras casi encima cuando reaccionó. Saltaron sobre él y se olvidaron de Bróttur. Pero el no olvido al sujeto ni sus gritos de dolor.
A la mañana siguiente de la llegada de Hitlerii, Rámonn y Feostián, un descontento Dedzon apareció en la puerta del bazar del anticuario. Diez días de retraso tenía su orden. Diez días que pensaba descontarle de su paga al anticuario. Acompañado de un hombre lagarto, el hechicero se presentó en la tienda. El dependiente cruzó el patio apresurado, para subir al despacho de Winterfel en el segundo piso. Bróttur hacia guardia a la entrada y su mirada dejó en claro que no podía pasar. El dependiente le explicó la situación y se le informó que el anticuario recibiría al cliente en ese mismo cuarto. El esclavo volvió a cruzar el patio presuroso, captando la mirada de Hitlerii, que con ayuda de Feostián atravesaba el patio cargando una cabeza de elefante. Rámonn estaba vomitando, incapaz de soportar el dolor que le generó ver la inutilidad de la muerte del paquidermo. Cuando Dedzon apareció por la puerta, Rámonn era empujado a volver al trabajo por otro de los esclavos, y alcanzó, al igual que Hitlerii y Feostián a ver el rostro inexpresivo de Dedzon. Hitlerii usó sus agudos ojos para ver el anillo de oro que tenía Dedzon en su mano izquierda. Feostián calculó cuántos golpes le costaría derribar al hombre lagarto que hacia guardia al hombre de ropas oscuras. Rámonn sintió el olor a tierra que emanaba de ambos, por lo que supuso pasaban mucho tiempo en algún tipo de cueva. Los tres siguieron su trabajo. Dedzon y Winterfel tuvieron una corta negociación. El hechicero pagaría el total de la cuenta, porque el encargo había costado la vida de tres esclavos. O pagaba todo o Winterfel daba el encargo por terminado. Accedió. Winterfel quería cobrar el traslado de un segundo grupo de esclavos, Dedzon quería ser indemnizado por la demora. La negociación estableció que ambos perdían dinero y las relaciones comerciales seguían en buenos términos.
Apenas Dedzon salió, el esclavista designó a Feostián, Rámonn y Hitlerii para cazar las arañas. Fueron encadenados entre sí, amarrados tras un caballo, conducido por Bróttur y partieron hacia el bosque de Andalaar. Sujetos con grilletes, miraban a su alrededor. Transportados como mercancía, miraban la ciudad de Turinfel en el esplendor de un día comercial, tratando de seguir el ritmo de la montura. Criaturas vivas de todas las especies eran llevadas en distintos tipos de jaulas hacia el Mercado de la Carne, en el centro de la ciudad. Un elemental de fuego, forma humana en un cuerpo de fuego, era arrastrado por las calles por un grupo de orcos. Hombres lagarto transportaban hadas enjauladas. Volaban como mariposas, chocando contra las rejas mágicas de sus prisiones. Venenos, grilletes, trampas para seguridad, eran algunos de los nombres que tenían las pocas tiendas que anunciaban su comercio. En el río que dividía la ciudad las sirenas eran obligadas a llevar bozales para contener sus cantos, las barcazas que les servían de prisión tenían jaulas especiales para ellas, diminutas pero con agua para asegurar su sobrevivencia. En el cielo, un barco volador transportaba comerciantes de la raza de los medianos. Esclavos eran golpeados en las calles por sus amos, multitudes se reunían a disfrutar del espectáculo; otros eran usados para demostrar directamente la efectividad del filo de las espadas, los más afortunados encontraban la muerte. Sus almas eran apresadas para venderlas a los demonios que buscaban alimento en las entrañas de la ciudad, pero eso pocos lo sabían.
Horrible lugar para ser de una especie distinta a la humana era Turinfel. La raza de la existencia más breve entre las criaturas inteligentes que poblaban el vasto mundo, dominaba quién vive y quién muere dentro de los muros de la ciudad sin alma.
Bróttur el enano miraba a sus nuevos compañeros de esclavitud mientras apuraba al corcel que tiraba el carretón. Tenían que seguirle el paso y sobrevivir a la aventura, solo así servirían para que Bróttur reclamara su libertad. El trío anterior de esclavos resultó de una ineptitud impresionante para sus exigentes ojos. Estándares mínimos de valentía no fueron cumplidos por la tríada de muertos. Como un enano que había tomado el juramento de servir a la diosa Delorean la madre montaña, sentía que su vida se desperdiciaba obligado a la esclavitud. Era cierto que por su férrea disciplina había logrado convertirse en capataz del esclavista a pesar de su corta edad, pero no encontraba satisfacción en el trato violento que requería esa vida. Vocación por la justicia es lo que sentía Bróttur, y para llevarla a cabo necesitaba que Feostián, Ramónn y Hitlerii sobrevivieran a las redes de Erzog ocho tormentos. Pensar que el alma de ese hombre del cinturón permanecía sin descanso lo atormentaba, se sentía responsable de que los dioses no quisieran el alma de ese desconocido.
El bosque de Andalaar era bañado por el sol de mediodía cuando ataron el caballo en sus límites. Servía de frontera natural entre reinos, ya que en el bosque eran soberanas las criaturas salvajes. Ramónn agradeció que le quitaran las esposas pues el contacto con el hierro hería su piel, que desde su iniciación era sensible al contacto con los metales. Bróttur se puso la cota de escamas, tomó su espada y colgándose el carcaj de flechas, invitó a los esclavos a su cargo a seguirlo. Bróttur ya había ido a cazar arañas para Dedzon, y cuando pasó a llevar un hilo tendido como trampa la vibración que produjo al romperse se transmitió a lugares más remotos del nido, y un silencioso movimiento arácnido comenzó en las alturas. Era la oportunidad de vengarse. La cima de algunos árboles no se veía, había claridad en el bosque, pájaros de distintas especies volaban entre los árboles, el suelo húmedo perdía a ratos los senderos trazados a pie entre la vegetación. En las sombras de los árboles caídos crecían hongos. Ramónn creyó ver un hada bajo un hongo, y entonces lo asaltó la sensación de ser observado por animales. Feostián caminaba sin evitar hacer ruido, acostumbrado a atacar de frente a sus adversarios, confiaba en su fuerza y caminaba a sus anchas. Hitlerii, en cambio, tenía el paso ligero y distinguía incluso los hilos más delgados de las tejedoras, evitándolos a toda costa con gracia y rapidez. Se descolgaban lentas, silenciosas, acercándose a las cabezas del grupo.
Hitlerii fue el primero en advertir una de las arañas, un poco antes de que esta alcanzara a atacarlo. Tomó una piedra del suelo y la usó para aplastar a la criatura contra un árbol, pues, aunque hubiera sido más rápido golpearla con un puño, le daba asco pensar en tocar un insecto con sus manos.
-Esa es una de las pequeñas –dijo Bróttur, señalando el cadáver en el árbol.- las que debemos llevar son bastante más grandes.
-Espera –dijo Hitlerii- esta es una de las arañas más grandes que he visto, era casi del tamaño de mi mano. ¿De qué porte son las que tenemos que llevar?
Feostián bufó hastiado de la conversación. Él quería ser el primero en matar ese día, no le hacía gracia haber sido superado en rapidez por el elfo. Se sentía observado y miraba hacia las alturas buscando arañitas. Bróttur sacó una flecha de su carcaj y sin bajar la vista disparó a la trepadora más grande que vio.
-Espera –exclamó el enano mientras su víctima caía- Esta no es más grande que un gato. Tienen que estar atentos.
-¿Sirve o no sirve? –preguntó Feostián.
-No. –Respondió Bróttur- Las que debemos llevar tienen que tener sus patas tan largas como el brazo de un humano.
-No existen arañas tan grandes –espetó Hitlerii.
-En este bosque hay arañas mucho más grandes. –intervino Ramónn, posando sus manos en el suelo del bosque. Señaló una hendidura en el piso donde podría haber entrado un árbol con total facilidad.- Esta es una huella vieja. La araña que hizo esto ahora es mucho más grande. Hay redes que se extienden por toda esta parte del bosque. Cervatillos, pájaros y humanos se están debatiendo en las redes.
Sus compañeros se miraron preocupados. Cerró los ojos para sentir el bosque. La naturaleza le hablaba a través de imágenes que visualizaba en su mente. Sentía las criaturas del bosque. Sentía la magia que emanaban algunos sectores. Y la oscuridad de la presencia en el corazón del nido. La oscuridad de Erzog Ocho Tormentos, abriendo sus colmillos para tragarlo. Ramónn abrió los ojos para alcanzar a ver la multitud de arañas que se abalanzó sobre Feostián.
El semiorco se tiró al suelo y rodó, matando a la mayoría de las trepadoras, que no eran más grandes que un puño. Cuando se puso de pie la última continuaba intentando morderlo, pero posicionada en la espalda de Feostián, de manera que para este era imposible triturarla con sus manos por más que lo intentaba. Ella tampoco podía atravesar la piel del bruto con sus colmillos. Finalmente, Bróttur usó su espada para matarla. Después dijo:
-Prepárense. Tomen un palo, una piedra, lo que sea, pero no se dejen matar.
-Podrían habernos dado armas ustedes –respondió Feostián.
-Winterfel dijo que no cuando se las pedí. No tengan miedo y podremos salir de aquí con vida.
-¡Yo no conozco el miedo! –gritó el semiorco mientras arrancaba de cuajo una gruesa rama de un tronco. Hitlerii recogió piedras y de paso fruta, Ramónn dijo saber en qué dirección avanzar evitando los hilos cruzados entre árboles.
Avanzaron. Anala, tejedora de 7 años de edad, preparaba su red. Había aprendido que los humanoides con objetos brillantes eran los que más atraían la atención de la Primera Puntada. Ella misma tenía en su rincón del bosque una presa recientemente capturada, llena de metales resplandecientes. Había desarrollado la habilidad de tejer su red entre sus patas y luego abalanzarse sobre sus presas, envolviéndolas en los pegajosos hilos. Anala no tenía la paciencia de sus hermanas cazadoras, era un espíritu mucho más independiente. No podía tejer y esperar semanas en el fondo de la trampa. Ella cazaba activamente. Y Bróttur, con su brillante cota de escamas, iba a ser su primera presa. El enano creyó vislumbrar un destello amarillo en las alturas de un centenario alerce. Anala tomó posición sobre el grupo, tan alto que no podía ser vista. Tan silenciosa que no podía ser escuchada. Tan hambrienta que no podía aguantarse. Se lanzó, descendiendo con sus patas delanteras extendidas listas para atrapar a Bróttur, mientras de su trasero un hilo se extendía amortiguando su caída. Como el enano iba a la vanguardia del grupo, el resto de los esclavos vio las motas purpuras del abdomen de Anala, solo durante el segundo que le tomó a la araña envolver al enano hasta la cintura y volver a remontarse a la salvedad de las copas de los árboles. Era tan grande que podía levantar al enano usando solo dos de sus ocho brazos.
Hitlerii fue el primero en reaccionar arrojando una manzana que impactó en la unión del abdomen de Anala, atascándose entre la dureza del tórax y la suavidad de la bolsa abdominal del arácnido. Feostián agarró vuelo y saltó hasta un árbol cercano a la araña, pero incapaz de alcanzarla todavía. Ramónn fue atacado por una araña apenas más chica que Anala y otras tres más menudas, pero con colmillos más grandes que los dedos del gnomo. Las pequeñas le clavaron sus venenosos dientes en los hombros. Bróttur luchaba por respirar al interior del capullo, incapaz de mover los brazos, pataleaba tratando infructuosamente de liberarse. La segunda vez que Hitlerii atacó a Anala fue con una pedrada. Diez metros de altura y aun así fracturó la pierna de la criatura, tal era su destreza. Feostián, saltando con todas su fuerzas de la rama en la que estaba parado, cruzó 5 metros de vacío en una arriesgada maniobra que le permitió darle un codazo a la araña, y, girando, posicionarse de espalda al capullo, de manera que este quedó adherido a la espalda del semiorco. Ramónn resbaló con el barro y en el suelo sus ojos se encontraron con los de la araña más grande de las cuatro que lo atacaban. La encantó. Tomo posesión de la mente del arácnido y se sentía a sí mismo en ambos cuerpos. Mientras el gnomo se ponía de pie, la araña atacaba a las otras bestias, sometiéndolas una tras otra. Inmune al veneno, el gnomo despertó a través del miedo su instinto, logrando controlar la básica mente del insecto. Mató a dos de las tres. Anala se asustó debido a lo mal que había resultado su emboscada y comenzó a alejarse para esconderse en su nido. Hitlerii comenzó a escalar por el alerce que estaba a su lado, Pegado a la corteza usaba sus finos dedos para balancearse entre veloces movimiento. A los diez metros de altura se acercó y subió a una rama, desde donde empezó a apuntar su siguiente tiro de piedra. Feostián entornó los ojos de rabia, lanzó un aullido y se lanzó sobre la araña, que estaba varios metros por encima de él. Incluso con el peso del enano en su espalda, el semiorco le ganó en altura a la presa que lo humilló hasta sacarlo de quicio. La rama que arrancó tenía forma de L y, tomándola con ambas manos por el lado largo, clavó la punta en la cabeza de Anala y al arrancarla tuvo que hacer gancho y eso despedazó el cuerpo de la bestia. Muerta la araña mientras apuntaba su tiro, Hitlerii concentró su vista en el entorno. Notó el brillo del hilo de oro asomándose en la punta de un capullo en lo que debía ser el nido de la bestia, y hacia allí comenzó a trepar. Uno de los colmillos de Anala saltó desmembrado por el ataque de Feostián, cayendo sobre la araña con la que Ramónn había conectado su mente. El colmillo atravesó al arácnido como un cuchillo a la mantequilla, y el quiebre abrupto de la conexión fue como un azote para el gnomo. Nauseas, dificultad para respirar, ganas de vomitar, frío intenso y ganas de acostarse a dormir que lo pusieron de rodillas. Feostián saltó desde la inmensa altura apenas frenando su caída arrastrando la rama por la corteza del árbol. Llegó abajo ileso y se deshizo del pegajoso capullo de su espalda, liberando a Bróttur. El enano, avergonzado de haber sido capturado tomó aliento y contó los insectos abatidos por el grupo. En las alturas de los árboles lejanos había ruido y movimiento. Hitlerii notó los arácnidos que se le acercaban y aprovechando la dureza del capullo, lo tomó y poniéndolo en su hombro descendió hacia sus compañeros. Feostián, saltó para bajar del árbol y cayó sobre la araña mediana que mordía a Ramónn, reventándola en el acto.
El enano capataz le entregó un trozo de cuerda al semiorco para que atara a las presas, y usando su espada atacó a una araña que intentó lanzarse sobre él. Atravesó los ocho ojos de la criatura con el filo del metal y le indicó a Feostián que también atara ese cadáver. Hitlerii llegó con su carga y aunque estuvo tentado de meter su mano dentro del capullo y recuperar lo que creía era un cinturón de oro, se abstuvo por la posibilidad de que todo el interior estuviese envenenado. Ramónn convulsionaba en el suelo y de sus dedos brotaban micro vellosidades que se adherían a las superficies, de su boca comenzó a rezumar veneno y mientras encontraba su consciencia su visión comenzó a dividirse entre ocho ojos que no tenía. Bróttur comenzó a contar hasta 10 para saber si dejar botado al gnomo que se retorcía en el suelo y salía vivo de ahí con el resto del grupo, pero antes de terminar su conteo Ramónn se repuso de la abrupta separación de su mente con el arácnido.
El grupo avanzó, volviendo al borde del bosque por el que entraron al nido. En el capullo los restos semi disueltos de un hombre se esparcieron por el suelo cuando Hitlerii rompió la carcasa. Un cinturón con remates dorados era lo único de valor que pudieron rescatar de aquellos restos. Bróttur insistió en darles sepultura y enterró el cuerpo. Luego comieron y siguieron su marcha de regreso a la ciudad de Turinfel. Por el camino se encontraron un humano cabalgando en dirección bosque, que tenía los ojos rojos por llorar largo rato. Era un hombre de unos 40 años de edad. Hitlerii habló con él y así se enteró que este jinete era un comerciante que viajaba con su hijo y decidieron tomar un atajo por el bosque de Andalaar. Luego fueron atacados por arañas en mitad de la noche y su heredero fue capturado mientras el padre huía montado a caballo. Ahora, dos días después se dirigía a buscar al joven. El grupo de esclavos solicitó alguna seña para identificar al hijo del jinete, y este les mencionó que le había regalado hace poco un cinturón con trazos dorados. Entonces Bróttur le quitó el cinto a Hitlerii y se lo dio al viajero, explicándole cómo obtuvieron la prenda y lo que hicieron con los restos del joven. Más lloró el padre. Tras un rato le dio una bolsa de dinero a los esclavos en agradecimiento y separaron sus caminos.
Caminaron todavía un rato antes de que la proximidad de la noche los hiciera desplegar el campamento a orillas del camino. Bróttur pensaba que al amanecer sería un buen momento para hablarle al resto del grupo de su plan para matar a Winterfell y borrarse las marcas de la esclavitud de sus rostros. A lo lejos ululó un búho. Feostián haría la primera guardia a los pies de la fogata. Faltaban horas para acercarse a la libertad.
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