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Mapocho de Nona Fernández. Territorio del entredicho fantástico

Mapocho, la novela de Nona Fernández, usa la territorialidad en que se escribe la novela para dejar entrever los rumores que surgen de los habitantes, el entredicho toma fuerza en los rincones y va acercando al lector al terreno de lo fantástico, que permea toda la historia de Chile. Las narraciones de los muertos que arrastra el río hablan de una historia dejada fuera de los libros de historia oficial.






El territorio

La Casa es larga como culebra, como río, el país también es largo como un río. Estas son aproximaciones al territorio de la novela que homologan los espacios privados y públicos en la figura torrentosa del río y en el misterio escamoso de las serpientes. El uróboros, símbolo ancestral de la serpiente que se devora a sí misma, se hace presente en un ciclo de muerte que se repite en la historia del país, en la ribera del río. A la Rucia le cuesta recordar donde queda la Casa, la morada de su niñez, pero la ubicación estratégica del poto de la virgen en lo alto del cerro San Cristóbal le da una referencia de cercanía que le permite seguir buscando. La abuela, santa de los tejados del barrio, le había dado esa seña para que la recordase en caso de perderse. Después de años de vivir en el viejo continente, la Rucia recurre al recuerdo de su abuela para guiarse en la ciudad que no reconoce.

La casa y el estado se homologan en la metáfora del dictador Ibáñez, cada cuarto representa un segmento social, las sirvientas, los obreros, las locas; la nación como una gran familia que vive en la misma casa.

“El diablo Ibáñez las va a sacar a dar una vuelta chiquillas” dice un verso de la canción La calavera amarilla de Juan Ayala. En esta canción del fundador de Juana Fe podemos ver como la actualización de la historia referida por Nona Fernández ronda el barrio la Chimba. Todo el disco Con los pies en el barrio del cantautor gira en torno al barrio, la historia de los pobladores y la identidad territorial.

En Manifiesto, hablo por mi diferencia, Pedro Lemebel también menciona el tren en que Ibáñez se deshizo de los homosexuales:
“Nos meterán en algún tren de ninguna parte
Como en el barco del general Ibáñez
Donde aprendimos a nadar
Pero ninguno llegó a la costa
Por eso Valparaíso apagó sus luces rojas
Por eso las casas de caramba
Le brindaron una lágrima negra
A los colizas comidos por las jaibas
Ese año que la Comisión de Derechos Humanos
no recuerda”

Y el líder militar travestido, niega todo ante sus soldados, manda a apresar y desaparecer a quienes le permitieron cantar a Gardel envuelto en una bufanda de colores, montado en tacones, perfumado como “una loca más”, y así continúa con su labor de “limpiar” el país. En el presente de la novela se escucha el tren de los homosexuales partir todos los días.

También hay relación con la novela El obsceno pájaro de la noche de José Donoso por el barrio la Chimba, ya que en él se ubica la Casa de ejercicios espirituales de la encarnación de la Chimba, que termina siendo el hogar donde las familias adineradas se deshacen de las sirvientas que le dedicaron su vida a servirlos. Además el nombre del escritor repetido en los lomos de los libros en las estanterías y el escritor –Humberto Peñaloza- obsesionado con tener todas las copias de sus ediciones; son motivos presentes en ambas obras. En Mapocho, Fausto tiene las estanterías de su departamento en lo más alto de la torre de vidrio llena de las ediciones de su Historia de Chile, en sus múltiples variedades. Sus hijos, muertos, visitan el apartamento y notan en los libros las mentiras que les contó su madre sobre la muerte del padre.

Hay, también un tratamiento a la otredad de la Chimba, pues el otro lado del Mapocho es casi otro Santiago, una ciudad pobre desde donde se ve el poto de la virgen del San Cristóbal. El Santiago escindido por el río que debe ser conectado por un puente de un millón de claras de huevos, unión realizada por el Diablo mismo, habitante de la Chimba.


El entredicho

Lo que dicen los espacios y lo que se deja ver entre las palabras e historias que refieren las gentes que habitan estos espacios, también tienen un papel relevante en Mapocho. “La orfandad del rumor es la que permite que cualquier sujeto (enunciador en potencia), imprima sus huellas en él. Es así como Nona Fernández se apropia del eso dicen y lo emplea como una palanca desconstructiva que raja las sangrías y arranca la puntuación inscripta en la Historia de Chile.” (Opazo, 2004). El rumor, el entredicho, son huachos – hijos de padres anónimos- que recorren Mapocho cobrando fuerza. Dicen que Ibáñez entró a la pieza de los homosexuales, dicen que el Diablo vivió en la Chimba, dicen que Pedro de Valdivia abusó de Lautaro. José Donoso sitúa a las autoras del dicen en “las viejas”, ellas son las que repiten el viejo juego de palabras dicen, dicen, quiénes dicen, que arrastra el rumor de la maldición heredada, la formación de la identidad de la nación adquirida a través del rumor no oficial.

Dicen que el Padre fundador fue gay, violador, débil ante el deseo que es su causa de muerte. Pedro de Valdivia es seducido por el cuerpo del joven Lautaro y se acerca a él en las caballerizas al anochecer, lo toma como Neruda toma a las mujeres, silenciosamente. Luego Lautaro se rebela, organiza a los mapuches y le parten la cabeza al conquistador. Fausto escribe esta historia y la rechaza, dejándola fuera de la historia oficial que formará parte de los volúmenes almacenados en sus estantes.

Entre lo que la Madre no dice está la relación incestuosa de la Rucia y el Indio. Los dedos cortados que crecen en un macetero le recuerdan a la Rucia el poder censurador de la Madre en su vida. La relación es necesaria en cuanto hace obvia la dualidad de la conformación de la nación chilena, una Rucia que representa el lado europeo de la herencia y un Indio que personifica la herencia indígena de este pueblo mestizo, por lo tanto la historia de ellos es la historia de toda la nación, un incesto tácito en el continente de los huachos, todos son parientes de todos (nadie puede estar seguro de lo contrario) y como huachos que son no heredan historia porque, como los rumores, nadie sabe de dónde vienen. Solo se puede saber a través de lo que se dice, y en este caso la nación se ha preocupado de que quién diga sea Fausto, voz oficial de la historia como debe ser dicha. Fausto el padre ausente, la voz del estado, otro Ambrosio O’Higgins enviando dinero para sus hijos.


Lo fantástico

“Nací maldita.” Esta es la primera oración de la novela. El poder de la palabra para cargar de significación la vida de la Rucia está presente desde la primera enunciación que se hace en Mapocho. Carga con un destino, un agon superior a ella. Es que lo fantástico en el lenguaje recorre Mapocho desde sus primeras líneas. Continúa así: “Desde la concha de mi madre hasta el cajón en el que ahora descanso.” La Rucia, ya muerta, nos comienza a contar su historia, haciendo justicia al epígrafe de La amortajada de María Luisa Bombal, anhelando el descanso y la comprensión de lo que sucedió en vida. Este territorio fantástico de enunciación post mortem tan presente en la literatura latino americana se actualiza en Nona Fernández. Los muertos piensan, sienten, interactúan con el mundo de los vivos porque “la muerte es mentira”, al igual que la muerte del padre.

Dios toca el kultrun para crear el mundo. La luz se hace cuando sus labios emiten la primera palabra. Es un dios que tiene cuerpo –labios, manos- y costumbres indígenas. Luego el padre reversiona una historia de Eduardo Galeano en que la humanidad nace de una piñata, y los seres humanos sueñan un dios que sueña a los hombres. Fausto encanta así a los niños del Barrio, con historias, con el poder de su palabra. Por algo es un mago.

El padre es mago (prestidigitador), contador de historias (de Chile), quemado (mentira). Fausto el historiador no es el mismo Fausto que vende su alma al diablo en la historia de Goethe, más bien es un anciano al borde del suicidio, encerrado en la soledad y en la resignación de enviar dinero a la mujer ausente, encerrado en la Historia de Chile que escribió por encargo, aceptando la censura de aquellos que le pagan el sueldo. Aceptando la vivienda en la punta de la torre de cristal que se erigió donde fueron quemados los pobladores y los que jugaban a la pelota. En cierta forma vendió su alma al diablo, su alma de novelista, cedió su voz creativa para hacer un trabajo investigativo revisado al dedillo por “ellos”, los censuradores que pagan su sueldo. La maldición fantástica que se arrastra desde la colonia se hace presente en los descabezados a caballo que piden al historiador que haga justicia a sus historias. De esa muerte, de lanzarse al vacío, solo lo salva el Indio, su propio hijo muerto.

Hay un constante cambio de narrador. De tú a yo, a ella. Cambia la persona de la enunciación párrafo a párrafo, de omnipresente a personaje, a testigo, con conocimiento parcial o completo. Narra la Rucia su propia historia sabiendo que está muerta y sabiendo que no sabe que está muerta. Narra el Indio, narra su padre, narra “Nona” omnipresente-ordenadora. Como cruzar el río y cambiar de ciudad, Mapocho atraviesa las narrativas de manera similar a quien recorre las habitaciones de una casa y replica lo que ve en cada cuarto: niños, trabajadores, madres, futbolistas, abuelas rodeadas de gatos, etc. Todo está inscrito en el Barrio y escrito en la novela.


El territorio del entredicho fantástico

Vimos cómo estos tres niveles de la narrativa en Mapocho se entrelazan para dar cuenta de una concepción del espacio donde no todo lo real es solo lo que ven los ojos, los espacios guardan significaciones mantenidas en la tradición de la oralidad por figuras anónimas. Las muertes y matanzas se repiten de manera cíclica alrededor del río, pero los muertos no descansan ni dejan de existir porque tienen otra historia de Chile que contar. Y el Mapocho no es el río “río moreno” que divide Santiago. Es el Mapocho arrastrando cadáveres, crímenes de estado que forjaron (“limpiaron”) la identidad nacional. Aquí nadie ha corrido un tupido velo, simplemente echaron los cuerpos a la corriente. Y los muertos recordaron su vida mientras fluían hacia el mar.

  

Bibliografía
·         Opazo, Cristián. Mapocho, de Nona Fernández: la inversión del romance nacional. Revista Chilena de literatura número 64, Santiago. 2004.  Consultado en
· Lemebel, Pedro. Manifiesto, hablo por mi diferencia. 1986. Consultado en http://lemebel.blogspot.cl/2005/11/manifiesto-hablo-por-mi-diferencia.html
·         Donoso, José. El obsceno pájaro de la noche. Alfaguara, Santiago, 2010.

·         Fernández, Nona. Mapocho. Uqbar, Santiago, 2006.

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