Carlos Rodríguez tiene tatuado a El Principito en su brazo. Usa una camisa celeste para tocar su docerola frente a 100 personas, lanza su tabla de surf sobre una tokata de 500 asistentes, le pide a la gente que se retire inmediatamente cuando uno de los 3mil asistentes al concierto se cae desde el segundo piso y comienza a sangrar. II Carlos, Nekro, Boom Boom Kid, Boom van kínder, sigue siendo el mismo Carlos vegetariano hovo-lácteo que al graduarse del colegio se fue a Buenos Aires a vivir en las estaciones de trenes, y que ha recorrido el mundo con su música y su ejemplo de autogestión. Fan de lo original, elige a sus fans.
2014
Invierno, imposible andar por la calle sin chaqueta, pero en las entrañas del bar y discoteque Bar Santa Filomena, el grupo que está girando en el centro del pogo abandonó el uso de poleras hace un buen rato. Tres bandas teloneras han calentado los ánimos de los asistentes. Hay skinheads entre la audiencia, golpeando duro en la vuelta, gritándole “maricón” cuando deja el hard core para tocar una canción romántica. Años atrás, cuando se hacía llamar Nekro y tocaba en Fun People, declararon como banda ser “Hard core-gay-antifacista” para decirle a los grupos skinheads que no le interesaba tenerlos entre su público. Sí, es un cantante que elige a su público, y eso, a la larga, fideliza a los fanáticos. Sin incidentes entre el público toca Masticar, de cuando Fun People sonaba en MTV. Del segundo piso del subterráneo se baila la agitada música del argentino. Algunos se cuelgan de los balcones, agitando a la masa que baila en el piso más profundo. Saltos, alcohol, sonido autogestionado que ha recorrido Japón y Europa. Queda show pero uno de los asistentes cae –o se tira- desde el segundo piso, el sonido del impacto se oye, la gente comienza a gritar y alejarse mientras la sangre comienza a crecer, un pálido Boom Boom Kid dice “ya está, loco, váyanse”.
Y él mismo se va. Se encienden las luces.
Unos meses después 4 jóvenes punks morían en una estampida humana en las escaleras que bajaban al sótano del Bar Santa Filomena.
2015
Al principio iba a tocar en Kamasú discoquete, pero luego se cambia a un lugar mucho más chico en el barrio San Diego. 5 mil pesos la entrada para un show que tendrá de 500 a mil asistentes. Al fondo y a la izquierda del escenario venden cervezas en la pequeña barra de bar. Al fondo a la derecha venden discos, libros, vinilos, poleras, todos productos que Boom Boom Kid ha ayudado a crear y distribuir con su disquera Ugly records. Afuera quedan una multitud enojada porque es el único concierto en Santiago y achicaron el local, no pueden seguir vendiendo boletos y los guardias defienden a golpes la entrada a una escalera ascendente a la sala de tocatas. Empieza la presentación con una hora de retraso y el mosh se arma. Entre los libros a la venta está El libro absurdo, donde incluye instrucciones para ser feliz. O al menos así promete, porque al abrirlo se puede comprobar que las páginas están en blanco. “Tan vanidoso me creíste, y aun así me quisiste” dice el trozo de papel fotocopiado que invita al comprador a no seguir ciegamente a los artistas y a llenar el libro absurdo con ideas propias. La gente está de buen humor, Nekro recorre el escenario cantando, casi sin sentarse en el taburete, saltos, gritos, excitación, le pasa el taburete a los que están más cerca del escenario, les dice que lo sostengan en alto, salta a sentarse sobre el taburete sobre el público, la banda sigue tocando y él canta mientras la gente se entrega el taburete de mano en mano. Una, dos, tres canciones dando vueltas y el show se acaba y sale por el fondo, pero el público pide más y más, se sube y toca tres temas antiguos para la fanaticada que baila en frenesí esto que se acaba.
2016
Durante 2016 tocó en la Isla de Pascua, en la que se quedó más de una semana. Unos meses después tocó en discoteque Kamasú frente a más de dos mil santiaguinos. Al día siguiente dio una presentación acústica en un bar chiquitito de San Bernardo, en un concierto íntimo para 100 personas. El set acústico se avisó con poca anticipación, la ubicación requería alejarse de la capital, la presentación era sin banda y el local desconocido para los santiaguinos. No suena en las radios chilenas, se conoce a través del boca a boca, y el público chileno es calladito, pasan el tiempo escondidos detrás de sus pantallas, perdiéndose la experiencia en vivo y en directo para verla mediada por su pantalla, compiten por grabar una emoción que solo se puede sentir en vivo, haciendo el ridículo como tantos otros que levantan las cámaras de sus celulares para lograr una grabación mediocre. Esperó una hora a que llegara más gente y solo aparecieron cien cabros sobre veinte años, no está llegando a públicos jóvenes. Termina de afinar su docerola y con madurez presenta un sonido adolescente, un sonido de amor de hombre adulto, los acordes de la primera canción que hizo cuando era un niño. Va a aconsejando al público sobre la importancia de la originalidad para ser felices, la defensa de la integridad y la importancia de proteger la vida. Entre tema y tema habla de su experiencia como artista, humanizando lo más posible su relato del arte, dicho desde el escenario. Su experiencia publicando fanzines hechos a mano, lo hizo asiduo cliente de una fotocopiadora, donde el diligente recibía sus trabajos contra recibo de “original defectuoso”. Cuenta que después de un tipo la curiosidad le picó y preguntó por esa nomenclatura. Los archivos digitales no tienen desgaste gráfico, las fotocopias de los hechos a mano van transformándose, desgastándose, por lo tanto cuando se está armado analógicamente, se considera que el original está defectuoso, y lo reproducen a consciencia del creador. Y él sí, que lo reproduzcan. A veces, dice, entre tanto eslogan de “hazlo tú mismo” se convence un poco de que él también es un original defectuoso.
Bajito, moreno, con rastas rubios que le llegan hasta la mitad de la espalda, el argentino de 44 años se baja de la tarima para adentrarse en la multitud, han sido fieles fans. Lo rodean con sus flashes mientras empieza a cantar el coro, las voces comienzan a acompañarlo y los brazos a bajar, unos pocos entusiastas de la televisión amateur graban el llamado de Nekro a disfrutar el presente sin la mediación tecnológica. Se sube a uno de los sillones del bar, entre varias asistentes que lo miraban desde el fondo, se voltea hacia el público para cantar una de sus canciones más populares. Lo acompañan tan fielmente que se desafía a improvisar ahí mismo un arreglo para presentar algo nuevo. Recibe airoso el aplauso del público y agradece por última vez a todos los asistentes. Luego guarda la guitarra, posa para fotos, intercambia abrazos y apretones de manos, firma discos, poleras y entradas. Sonríe. Se alista para tomar el bus que lo llevará a tocar a Valparaíso.
Habrá que esperar otro año para verlo volver a Santiago.
Comentarios