Yo amé, con perdón. Amé por encima de todas las cosas, que es, permítanme que les diga, de la única forma en que se puede amar. Yo viví en un cálido regazo del amor, protegido bajo su techo, comiendo de su misma mano, aprendiendo el fuego hasta verlo arder, hasta quemarnos. Compartí su sudor y ascendí en su alegría de peldaño en peldaño. Es decir: de dos en dos. ¿Sabéis qué? Yo tampoco creía en la magia hasta que la vi. A ella. Irradiándola, desprendiéndola, descontrolando el tiempo y cargándose con un gesto cualquier rutina impuesta, criando una primavera en cada estación. Solo querría decirles eso. Decirles: yo tuve un reino y lo llamé hogar. Y fue tan inmenso como el más pequeño de los detalles. Una puta barbaridad. Así debía de ser mi cuento. Sin embargo, escribo desde el dolor aquel en que solíamos gritar que todo acaba mal porque si no, no acabaría. Así fue que todo se llenó de distancia y de sangre, todo se ensució de grietas y pudriéndo- se pasó como una enfermedad por delante ...
últimamente esto se trata de la vida misma, sin reparos en las consecuencias, escribiéndola tal cual